La inflación va reduciendo poco a poco el valor del dinero. Suele decirse la inflación es “el impuesto silencioso”, por su capacidad de actuar de manera sigilosa metiendo mano a nuestros bolsillos y generando una pérdida de valor adquisitivo de manera progresiva.
En el cálculo de la inflación, algunos bienes, como por ejemplo la energía, cuentan con mayor peso que otros de menor uso, como podría ser el azúcar.
En momentos de inflación elevada, el dinero ahorrado en cuentas corrientes o depósitos sin rentabilidad perderá poco a poco valor. El mundo de la inversión ofrece la oportunidad de evitar la pérdida de valor de nuestro dinero.
La inflación significa que con la misma cantidad de dinero puedes adquirir menos productos. Podemos identificar cuatro razones por la que esto pasa.
Inflación por costes
La inflación es debida por el incremento de precios de las materias primas. Al subir los costes de producción, el precio final de los productos se incrementa.
Inflación autoconstruida
Se produce cuando existe una previsión de incremento de precios y éstos empiezan a ajustarse antes de la subida de los mismos para hacerla de forma gradual.
Inflación por consumo o demanda
si la demanda de bienes o servicios (gente que quiere comprar un producto) es mayor a la oferta (cantidad de productos disponibles), el precio sube y se produce la inflación.
Inflación generada por expectativas
Ocurre en países con altos niveles de inflación donde se genera un círculo vicioso: los trabajadores piden incremento de salarios, que originan a su vez una elevación de precios.
Aunque están relacionados, debemos saber que el Índice de Precios de Consumo y la inflación no son lo mismo. La principal diferencia es que la inflación es la subida generalizada de los precios mientras que el IPC es un índice que solo se relaciona con una cesta determinada de productos.
La subida de precios trae consigo la pérdida del valor adquisitivo. Nuestro dinero vale cada vez menos y de manera progresiva podemos adquirir menos cosas. Esto afecta también a los ahorros y al dinero líquido que permanece en las cuentas bancarias sin moverse.
A nivel macroeconómico la inflación impacta directamente en los países y puede producir, entre otras cosas, depreciación de la divisa o frenazo en las inversiones. Por ello, los Bancos Centrales intentan tomar medidas para moderar el alza de precios a base de subidas de tipos, para situar la inflación en la cifra “cómoda” del 2%.
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Invertir ofrece la oportunidad de evitar la pérdida de valor de nuestro dinero en los periodos de alta inflación. Con la mirada siempre puesta en el largo plazo y buscando vehículos de inversión acorde a nuestro perfil, podremos lograr sortear la pérdida de valor del “impuesto silencioso”.
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Para calcular la inflación se tienen en cuenta los bienes y servicios que consumimos entre los que se incluyen: gasolina, alimentos, bienes de consumo duradero como electrodomésticos o prendas de vestir y servicios como peluquería o alquiler de viviendas. Esta “cesta de la compra” se compara mes a mes con el mismo periodo del año anterior y la variación será la tasa de inflación interanual.
El organismo encargado de controlar la inflación en la zona euro es el Banco Central Europeo. De una manera simplificada, para mantener la inflación bajo control, los bancos centrales supervisan, regulan e intervienen en el proceso de creación del dinero, para garantizar que haya suficiente dinero en el sistema para ayudar a la economía, pero tampoco demasiado. Eso sí, el BCE no controla directamente los precios ni la demanda de dinero, únicamente pone en marcha su política monetaria.
Uno de los principales mecanismos que ponen en marcha los bancos centrales para frenar la inflación es la subida de los tipos de interés, que fomenta el ahorro entre las familias. La principal misión del BCE es mantener la estabilidad de los precios; ni mucha ni poca inflación, e influir en las condiciones de financiación de las personas, las empresas y los Gobiernos de la zona del euro impacta directamente en el coste de las cosas.
La deflación es la bajada continuada de los precios, algo que a priori puede parecer positivo. Sin embargo, la realidad es que la deflación tiene efectos negativos en la economía, incluso, que es aún más perjudicial que la propia inflación dado el rápido avance de dichas consecuencias negativas.
Se sabe que la deflación o bajada de precios produce una reducción de gasto y la inversión, lo que trae consigo un menor crecimiento de las economías de los países y se relaciona directamente con el desempleo.
La deflación produce de manera inmediata, la postergación de las decisiones de compra. Los compradores dejan siempre "para más tarde" su decisión de adquirir productos esperando una bajada aún mayor, lo que a su vez provoca una nueva bajada de precios, reducción de márgenes y costes y, por último, caída en picado del empleo.
Con la deflación es aún más difícil hacer frente a las deudas y el riesgo de impago se dispara.