Tras una semana que empezó fatal y que inicialmente parecía abocada a una fuerte caída, provocada en esta ocasión por el enfrentamiento entre Trump y la Fed, las Bolsas se han decantado por el “asentamiento” que anticipábamos al finalizar nuestro último comentario, y lo han hecho, además con una fuerza mucho mayor de la que habíamos previsto. El resultado es que el S&P ha regresado a niveles próximos a los que tenía el 2 de abril, antes de que Trump hiciera, tras el cierre de los mercados, su teatral pero muy equivocada presentación de los aranceles “universales” contra todo el resto del mundo. El S&P cerró el 2 de abril en 5.670 puntos y el pasado viernes cerró en 5,525 puntos, tras tres semanas de volatilidad extrema en las que llegó a acercarse en algunos momentos, a los 4.900 puntos.
También el bono del Tesoro americano a diez años (T bond) cuyo tipo de interés subió bruscamente de niveles del 4% a niveles del 4,5% como consecuencia de los anuncios de Trump, ha recuperado cierta normalidad y el pasado viernes cerró a un tipo intermedio, del 4,25%. Y finalmente el dólar, que cotizaba en el entorno de 1,08 dólares/euro antes del anuncio de aranceles y que se desplomó tras ese anuncio hasta superar los 1,15 dólares por euro el pasado lunes, ha ido recuperando posiciones a lo largo de la semana y cerró el viernes en 1,136 dólares por euro, manteniéndose por el momento frente al euro dentro de la banda 1,05/1,15 en la que viene moviéndose desde hace mucho tiempo.
Los motivos de esa estabilización y de esa incompleta, pero en todo caso interesante, vuelta a la normalidad de las Bolsas, los bonos y el dólar los ha dado, como era de esperar, el propio Trump, primero declarando el lunes por la noche que no tiene ninguna intención de despedir a Jerome Powell, pese a reiterar que cree no está haciendo bien su trabajo, y en segundo lugar suavizando claramente su postura respecto a China, al decir que las conversaciones comerciales avanzan (algo que por cierto el gobierno chino ha negado ) y al sugerir que podría pensar en rebajar los aranceles a China desde el 145% al 65%.
Una semana, por tanto, que empezó muy mal, ha terminado fenomenal, con fuertes subidas en todas las Bolsas, lideradas, y esta es la mayor novedad, por las grandes acciones tecnológicas, impulsadas por los buenos resultados de Alphabet. El Nasdaq ha subido nada más y nada menos que un 6,7% en la semana, el S&P un 4,6%, el Russell 2000 un 4,1% y el Dow Jones 2,5% y si vamos a acciones concretas, Nvidia ha subido un 9,4% en la semana, tras haber perdido los 100 dólares por acción el lunes, Meta ha subido un 9,1%, Amazon un 9,5%, Alphabet un 7,1%, Microsoft un 6,5%, Apple un 6,1% y, como caso más exagerado, Tesla, que ha ganado en la semana un increíble 18% pese a dar unos resultados del primer trimestre pésimos.
En Europa el Eurostoxx ha subido un 4% en la semana, el Dax alemán un 4,9%, el Mib italiano un 3,8%, el Cac francés un 3,4%, nuestro Ibex un 3,2% y en acciones tecnológicas cabe destacar la subida semanal de SAP de un 8,3% y la de ASML de un 5,8%
Y, sin embargo, como en el viejo cuento de Augusto Monterroso (“…cuando se despertó el dinosaurio todavía seguía allí”) aunque las Bolsas hayan vuelto casi al punto de partida, los viejos problemas todavía siguen estando ahí, más o menos en la misma situación que antes de la gran caída de inicios de abril. Y esos problemas son, si queremos resumirlos de forma muy sintética, la situación de la deuda y de las cuentas públicas en EE. UU. y en Europa, por un lado, y el desequilibrio comercial global, por otro lado. Ambos problemas necesitan solución a medio plazo, porque son, en ambos casos, insostenibles.
Sobre esos problemas, Trump y su equipo han añadido otro, que es la enorme dosis de tensión y de volatilidad que provoca su estilo de hacer las cosas, un estilo que precipitó las caídas tras el anuncio del “Día de la Liberación”. Los mercados financieros se han encargado de hacer ver a Trump que su fórmula perfecta, la de los aranceles universales e indiscriminados, simplemente no va a funcionar. La idea de que los aranceles permitirán a EE. UU. aliviar su deuda al recaudar ese particular “impuesto” sobre las importaciones, y a la vez reducirían el déficit comercial al frenar las importaciones, es en sí misma bastante contradictoria, pero además genera efectos colaterales en términos no solo de mayor inflación sino también de menor crecimiento, lo cual complica su implementación. El propio Stephen Miran, que preside el Consejo de Asesores Económicos de Trump, reconocía en un artículo publicado el pasado noviembre bajo el título “Guía para reestructurar el comercio global” (se puede consultar en Hudson Bay Capital) que el camino para reestructurar el comercio global requiere una cuidadosa ejecución (“careful planning, precise execution”) para minimizar los “efectos adversos”.
Es obvio que la puesta en escena de los aranceles no ha sido “cuidadosa”, al revés, como decíamos en el último comentario, ha dejado un poso de “ventajismo”, de querer imponer a los demás que arreglen nuestros problemas. En general, por ahora la implementación del “trumpismo” ha carecido de la más elemental “fínesse”, y eso ha dejado, como también decíamos la semana pasada, un peaje, en términos de desconfianza, que va a costar superar y que, en todo caso, ha producido ya daños irreversibles en la economía norteamericana y global. Es difícil cuantificar, hasta que no se vayan publicando los datos, ese impacto negativo, pero parece claro que, ante la incertidumbre generada por Trump, ha habido un enfriamiento y una contracción en las decisiones de consumo y de inversión. De momento el FMI ha rebajado su presión de crecimiento global en cuatro décimas para este año 2025, y en el caso de la economía norteamericana la reducción es mayor, de nueve décimas, hasta dejarla estimación en el 1,8%.
Esto nos lleva a la segunda de las guerras de Trump, la guerra con la Fed y contra su presidente, Jerome Powell. Igual que en la guerra de los aranceles, Trump se ha visto obligado a dar marcha atrás y el pasado lunes, tras la fuerte caída de las Bolsas en la sesión (todos los índices americanos cayeron en torno al 2,5%), declaró que no quiere despedir a Powell, lo cual tranquilizó a las Bolsas, a los bonos del Tesoro y al dólar. Pero lo que está detrás de la guerra de Trump con Powell es la previsión de que la economía norteamericana pueda entrar en una fase de clara desaceleración. En cierto modo, es imposible arreglar los problemas de fondo mencionados (déficit y deuda pública, déficit comercial exterior) sin que haya una cierta contracción. La reducción del gasto público y del déficit público es contractiva y para comprar menos al exterior hay que reducir el consumo, al menos en una primera fase. Con el problema adicional de que se empieza a ver que los aranceles afectan más negativamente al crecimiento que a la inflación. La contracción del PIB de Corea del Sur del 0,1% en el primer trimestre, que se conoció el pasado viernes, es un aviso para navegantes.
Lo que Trump parece estar pidiendo a Powell, para aliviar el problema del crecimiento, es que vuelva al dinero barato, igual que los está haciendo Europa. En el ya mencionado artículo de noviembre de 2024 Stephen Miran, que es sin duda junto a Scott Bessent el inspirador de la “trumponomics” ponía de manifiesto la paradoja de que el dólar sea la moneda de reserva global y, sin embargo, el Tesoro americano tenga un coste de financiación mayor que el Tesoro italiano, francés o español. El bono a diez años del Tesoro norteamericano cerró el viernes a un tipo del 4,25% y el del español en el 3,1%. Parece obvio que la política del BCE tiene mucho que ver en esa diferencia y parece lógico que Trump pida a Powell que no mantenga el tipo de intervención en el 4,25% cuando el del BCE es del 2,25% y la inflación americana está en el 2,8% medida por el IPC y en el 2,5% medida por el deflactor de gastos personales (PCE deflator). La tesis de Miran y de Trump es que a EE. UU. no le sirve de nada ser la moneda de reserva del mundo ya que no le ayuda a financiarse más barato, y echan la culpa de ello a la Fed y a Powell.
Esta semana se publica, precisamente, el deflactor de gastos personales (PCE deflator) de marzo, y se publica además el informe de empleo de abril. Ambos datos nos darán pistas para ver si la Fed baja o no tipos en su reunión del 7 de mayo, pero nuestra opinión es que sí lo hará, a poco que los datos muestren inflación controlada y crecimiento a la baja. Se publican además esta semana los resultados del primer trimestre de cuatro de las “siete magnificas”, en concreto Microsoft, Apple, Meta y Amazon. Hay otros muchos resultados (Visa, Exxon, Airbnb…) pero no cabe duda de que esos cuatro van a concentrar la atención porque más allá de la guerra comercial o de la guerra con la Fed, la guerra verdaderamente relevante es la de la inteligencia artificial y la del dominio tecnológico.
A corto plazo los buenos resultados (el 76% de las empresas del S&P que ya han presentado sus cifras han superado expectativas ) y la expectativa de un acuerdo comercial y de que la Fed baje tipos el 7 de mayo sostendrán, en nuestra opinión, a las Bolsas, pero a medida que la desaceleración del crecimiento avance y que se perciba que no hay soluciones mágicas para resolver esa necesaria aunque pasajera contracción, el S&P podría volver a testar los mínimos de 4.900 o incluso en algún momento romperlos a la baja, sin que ello implique romper la directriz alcista de largo plazo, que sigue intacta.
Juan Carlos Ureta Domingo
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