Una de las novedades más llamativas del segundo mandato de Trump respecto al primero es que se ha roto el idilio que el presidente norteamericano mantuvo con Wall Street entre 2017 y 2020. Da la impresión de que ahora a Trump no le importan demasiado las caídas de las bolsas y a la vez parece que a Wall Street, a diferencia de lo que pasaba en el primer mandato, no le gustan demasiado los anuncios de Trump, aunque se revistan de una escenografía y de una retórica grandilocuente, como sucedió el pasado miércoles con el anuncio de los aranceles.
Ni la “nueva edad de oro” para la economía norteamericana que Trump auguró en su discurso de investidura el 20 de enero, ni el famoso y ampliamente publicitado “Día de la Liberación” que según Trump va a librar, por fin, a partir del pasado miércoles a la población norteamericana del yugo al que el resto del mundo la tiene sometida, han sido recibidos con entusiasmo por Wall Street, más bien al revés. Las bolsas americanas caen desde mediados de enero mucho más que las europeas, y en las sesiones del jueves y del viernes pasado, los dos primeros días tras la “liberación”, el S&P se desplomó un 10,5% acumulado en ambas sesiones, y el Nasdaq 100 un 11,5%. Para ver un desplome similar hay que remontarse a marzo de 2020, en pleno Covid y en plena parálisis de la economía global por los confinamientos.
Tras esas caídas, el Nasdaq ha entrado ya en territorio técnico “bajista” al caer más de un 20% desde sus máximos, y el S&P se aproxima a ese territorio a toda velocidad. La corrección es aún mayor en algunas compañías que hasta hace poco parecían imparables. Tesla pierde ya un 40% desde el uno de enero, Nvidia un 30% y Apple un 25%, por poner solo tres ejemplos.
Pero, como decíamos, Trump y su equipo se mantienen impasibles ante esas caídas. Su nueva tesis es que a la clase media americana, que es la que les ha votado, no le importa en absoluto lo que pase en Wall Street. El secretario del Tesoro americano, Scott Bessent, lo explicaba muy bien el pasado viernes en una entrevista televisiva. Un 10% de la población, decía Bessent, tiene el 88% de las acciones cotizadas, el 40% siguiente tiene el restante 12% de las acciones cotizadas y el 50% de abajo solo tiene deuda, no acciones. Por tanto, lo que pase en la Bolsa solo le importa a ese 10% de “ricos” y a la gente de la calle, a “Main Street” le importa más que bajen los tipos de interés. Es una forma de decir que Trump no quiere que el sistema financiero se beneficie, sino que la gente común deje de sufrir.
Independientemente de que las cifras que dice Bessent sean o no correctas (podría estar dando datos sobre la tenencia de las acciones por su valor bursátil, lo cual distorsiona mucho el análisis por el efecto de las grandes tecnológicas) cuesta mucho pensar que de verdad a Trump no le importe en absoluto la evolución de las bolsas, porque le guste o no a Trump y a su equipo, el ciudadano de a pie, aunque no tenga acciones, se inquieta mucho cuando las bolsas se desploman, ya que piensan que ese desplome anticipa la caída en la economía real y, por tanto, cree que su futuro será peor y contrae su consumo, alimentando aún más la contracción. Eso se ve muy claro en los indicadores adelantados de sentimiento como el de la Universidad de Michigan o el de la Conference Board. El mundo financiero, Wall Street, tiene su reflejo en el consumo, en la calle, en “Main Street”.
Más bien lo que parece es que Trump y su equipo ven esta corrección de las bolsas como algo pasajero, un precio que hay que pagar para conseguir doblegar a los demás países y obligarles a que firmen los acuerdos que Trump desea. Acuerdos cuya firma permitirá a las bolsas norteamericanas recuperar el terreno perdido y volver a la senda alcista. Es una apuesta arriesgada y lo es porque el problema de fondo es que el modelo de guerra comercial total y global que Trump ha puesto encima de la mesa es una mala idea y no va a funcionar bien para Estados Unidos.
Como hemos dicho ya en varios artículos, es cierto que la situación del comercio global en la que Estados Unidos es el gran comprador, absorbiendo entre un 40% y un 50% del superávit comercial global es insostenible y, por tanto, debe equilibrarse. Pero tratar de hacerlo con una mentalidad proteccionista y aislacionista trasnochada es contraproducente y no funciona en la economía global de 2025. El mensaje de Trump es que la globalización está muerta, y ese mensaje es inquietante porque lleva a un gran retroceso global, incluyendo a Estados Unidos. Una cosa es negociar mejores aranceles para EE. UU. y tratar de promover mercados domésticos de consumo en las restantes economías, incluida China, y otra es pensar que la solución es aislar a EE. UU. y que la apertura comercial al exterior es la causante de todos los males de la economía norteamericana.
El poso ultraproteccionista que destila todo el lenguaje y la actuación del “trumpismo” es en sí mismo un problema y no pequeño. El profesor de Wharton Jeremy Siegel equiparaba la decisión de Trump de poner aranceles generalizados a la famosa Smoot–Hawley Tariff Act de 1930 firmada por el presidente Hoover en ese año, por la que se imponían aranceles generalizados, una decisión que según muchos analistas contribuyó a la Gran Depresión de los años treinta.
Pero es que, además, esa posición es incompatible con querer, como obviamente quiere Trump mantener el estatus de potencia global para Estados Unidos. Da la impresión de que Trump quiere mantener ese estatus, pero sin ninguno de los costes asociados a ese estatus. Ser la potencia dominante está asociado a ofrecer protección y seguridad a los aliados (el mundo occidental) asumiendo un cierto coste, y a ofrecer progreso económico a los demás, aunque a costa de ser el que tira del carro. Es comprensible que ese coste se pretenda reducir por ser excesivo, pero no que se quiera anular completamente. Porque, además, ser la potencia dominante y emitir la moneda de reserva, disfrutando por tanto del privilegio exorbitante de financiarse así, genera beneficios para Estados Unidos, luego hay que asumir un coste. Ser la potencia dominante está asociado a soportar una cierta sobrevaloración del dólar y a soportar algunos costes, y si el llamado Acuerdo “Mar-a-Lago” que propone el equipo de Trump significa que EE. UU. siga siendo la potencia dominante, pero gratis, eso no va a funcionar.
Como no hay ningún candidato a sustituir a EE. UU. en el rol de potencia dominante (China no genera la suficiente confianza, y Europa es demasiado compleja y está demasiado fracturada políticamente) y como el mundo de hoy necesita que alguien haga de policía global, nuestra apuesta sería que EE. UU. no abandonará voluntariamente su posición aislándose del resto del mundo, ya que, de hacerlo, la recesión en la economía norteamericana sería inevitable y, además, fuerte, profunda.
Los pensamientos anteriores han sobrevolado, sin duda, a las bolsas el jueves y el viernes, y el temor es que la fórmula que hemos conocido del mercado alcista liderado por las bolsas americanas y por las tecnológicas pueda estar muerta o al menos herida de gravedad. La pregunta es: ¿ha muerto el mercado alcista? Podríamos pensar que sí, si entendemos que realmente Trump va a poner en riesgo a las grandes tecnológicas americanas y su modelo de dominio global y va a generar un oído global hacia Estados Unidos y sus empresas. Pero es difícil ver ese escenario, salvo que pensemos que Trump y su equipo son muy torpes, y no parece que lo sean. Es verdad que están poniendo en riesgo la relación de confianza básica con los aliados occidentales, un coste alto que tal vez se debería haber evitado por innecesario, pero en algún momento dejarán de tensar la cuerda.
Que sea de una u otra forma depende mucho del cálculo político y del proyecto político de Trump. Hoy por hoy, Trump y su equipo parecen convencidos de que a ese 50% de la población que no tiene acciones le gustan los aranceles, porque piensan que les protegen frente al perverso mundo exterior. Parece, además, que Trump y su equipo creen de verdad que los aranceles son la forma de hacer América “great again”. El problema es que ese enfoque puede ser equivocado, de hecho, Trump no escuchará a Wall Street y no se volverá atrás. Si, por el contrario, Trump entiende que la guerra total va a derivar en una severa recesión, también para la economía norteamericana, echará marcha atrás. Podría ocurrir, y esto es lo que creemos que ocurrirá, que en algún momento ya no sea solo Wall Street sino también Main Street, los ciudadanos y ciudadanas en general, quienes digan a Trump que va por el camino equivocado, y entonces Trump sí escuchará a la calle, no a la calle financiera sino a la calle de verdad, la del mundo real “Main Street”.
Si miramos a la economía, está todo muy abierto y la evolución va a depender de los próximos pasos de Trump y del resto de los países. Si no hay escalada en el conflicto y se entra en fase de negociación, que sería lo lógico, porque la guerra total es mala para todos, la economía sufrirá, pero no entrará en situación crítica, porque tiene factores de soporte en la caída del precio del petróleo, que ha sido del 11% la semana pasada, y en la bajada de tipos por la Fed ya en la próxima reunión del 7 de mayo. Si, por el contrario, Trump se empeña en la retórica aislacionista manteniendo los aranceles anunciados y los demás países responden con medidas recíprocas y vamos a la guerra total, la economía, incluida la norteamericana, puede entrar en una grave recesión y el panorama es bastante sombrío, más sombrío incluso para Estados Unidos que para el resto del mundo. Jerome Powell volvió a advertir el pasado viernes en Washington que los aranceles traerán mayor inflación y menor crecimiento, y el informe de empleo norteamericano de marzo publicado el viernes pasado sitúa el paro ya en el 4,2%.
Si miramos a los mercados, de momento vemos la corrección actual como una corrección de los excesos de los dos últimos años, incluso habiendo llegado en tan solo dos días al nivel que considerábamos en nuestro anterior artículo como de soporte fuerte, los 5.100 puntos del S&P. Los aranceles han sido el catalizador y el acelerador, pero por ahora la corrección se queda en corrección de excesos. El S&P había subido respectivamente un 24% y un 23% en 2023 y 2024, y el Nasdaq 100 había subido un 53,9% y un 24,8%, respectivamente en esos dos años. Había una clara sobrevaloración en algunos segmentos de las bolsas, sobre todo en las grandes tecnológicas, y había que corregir esos excesos, con o sin los aranceles de Trump.
Ahora estamos en lo contrario, en situación de sobreventa extrema de las bolsas, sobre todo de las americanas, sea cual sea el indicador que utilicemos. En condiciones normales esa sobreventa extrema debería llevar a un rebote técnico en estos entornos del S&P en 5.000 puntos, o como mucho en los 4.800 puntos, rebote que puede ser de cierta intensidad, con límite en los 5.800 puntos, si se inicia la negociación del comercial global. A partir de ahí, las bolsas entrarían en fase de convalecencia y de búsqueda de un nuevo equilibrio, una fase en la que podríamos ver todavía nuevos mínimos en el año, por debajo de los niveles actuales, pero sin drama ni pánico. Si, por el contrario, el conflicto escala y hay guerra abierta, con represalias y contra represalias permanentes y con Trump obcecado en “salvar” a Estados Unidos, no cabe descartar una nueva pata bajista que tendría su soporte último en el entorno de los 4.000 puntos.
Esta semana todos los ojos van a estar en la evolución de la guerra comercial y, por tanto, cualquier otro tema pasa a segundo plano. Pero conviene recordar que en EE. UU. se publica la inflación de marzo, y la encuesta preliminar de confianza del consumidor del mes de abril de la Universidad de Michigan. Además, conoceremos las actas de la reunión del pasado marzo del FOMC de la Fed. En Europa se publicará la inflación en diversos países, entre ellos España; la encuesta de confianza del inversor Sentix de abril en la Eurozona y las ventas minoristas de febrero; y en Alemania, la producción industrial de febrero y la balanza comercial del mismo mes. Empieza, además, la temporada de resultados empresariales del primer trimestre, con JP Morgan, Wells Fargo, Morgan Stanley, BlackRock, y Bank of NY Mellon, entre otras compañías.
Nuestro deseo sería que haya un rebote en la banda 4.800-5.000 del S&P, pero, como decíamos antes, está todo muy abierto.
Juan Carlos Ureta Domingo
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