Algunos dogmas económicos son tan machaconamente utilizados por los “especialistas” y repetidos en los medios de comunicación, que todo el mundo parece comulgar con las ideas transmitidas, aunque estas sean erróneas o al menos altamente discutibles. Este es el caso respecto a la supuesta bondad de tener una inflación del 2% y lo nocivo que es tener una inflación negativa o deflación. Teniendo en cuenta que la inflación equivale a un impuesto invisible que va mermando el poder adquisitivo de la moneda, tales afirmaciones son altamente discutibles y tienen una incidencia práctica en el día a día de las personas y de las inversiones.
De acuerdo con el BCE, la inflación es la medida de cómo varían los precios al consumo a lo largo del tiempo. Para calcular dicha evolución se crea una “cesta de la compra” de productos y servicios que representa el consumo de los hogares de un determinado país. Mes a mes se sigue la evolución de los precios de los productos que componen dicha cesta. La inflación se expresa como porcentaje de la variación de los precios de la cesta de la compra en un mes respecto al mismo mes del año anterior.
Tanto el BCE como la Fed se marcan como objetivo de inflación el 2% de media, considerando que dicho nivel evita la deflación y permite ajustes económicos suaves, previene de un desempleo excesivo. Es un error asociar inflación negativa con deflación. En los años en que la inflación española ha sido negativa en este siglo (2014, 2015, 2020) no ha habido un descenso generalizado de los precios, sino una caída de determinadas partidas (gas, agua, electricidad, combustibles, transporte y comunicaciones), debido, sobre todo, a la caída de los precios de los combustibles fósiles que, además, son importados.
Se arguye que una bajada generalizada de precios aumenta la expectativa de caídas adicionales en el futuro y ello hace que se pospongan las decisiones de consumo, perjudicando a la economía en general, al reducirse la inversión y producirse un círculo económico vicioso. La sombra de la gran depresión de los años 30 del siglo pasado sigue pesando demasiado. En este siglo, cuando se han producido tasas de inflación negativas, el consumo no se ha resentido, más bien al contrario. En el caso de las caídas de la inflación a tasas negativas en 2014 y 2015, se produjo por un menor coste de gastos que soportan todos los hogares, como los suministros domésticos y el transporte. Los ahorros en los hogares, por dichos menores costes, se pudieron dedicar a otros gastos.
Ben Bernanke, antes de ser presidente de la Fed, dio un discurso en 2002 bajo el título “Deflación: aseguremos que nunca pasará aquí”. Entre las medidas propuestas para evitar la deflación se encontraban la compra de bonos del Tesoro americano e incluso la utilización del “helicóptero monetario”. Ambas medidas las acabó utilizando la Fed, comprando ingentes cantidades de deuda pública estadounidense y enviando cheques a las familias tras la pandemia. Se evitaría la deflación, pero acabó creando la mayor inflación desde los años 70.
Una inflación negativa refleja un descenso del coste de la cesta de la compra. Salvo una crisis como la de los años 30 del siglo pasado, cuesta entender que ello sea perjudicial para la economía. En las últimas décadas, todos tenemos experiencia de la caída de precios de los productos tecnológicos o de productos de consumo como la ropa. Ello permite que dichos productos sean accesibles para más capas de la población. A modo de ejemplo, la caída de precio de las televisiones, con un incremento de prestaciones difícil de cuantificar, ha sido una constante. Aquí, como en muchos otros sectores, estas caídas de precios no han sido un inconveniente para el desarrollo del sector.
Desde la creación del euro en 1999, la inflación media de España ha sido del 2,3%. Puede parecer que no es elevada, pero el índice de precios al consumo en España, o inflación acumulada, ha sido del 83%, aunque no todas las partidas han incrementado sus precios al mismo ritmo. En dicho periodo, la alimentación ha aumentado su coste un 187%, y los suministros domésticos (agua, electricidad, gas y combustibles) han doblado su coste, mientras que las comunicaciones han reducido su precio un 27% en esos 25 años.
En los últimos cuatro años, la inflación acumulada es de casi el 20% (19,4%). De nuevo, la partida que más incrementa su coste es la alimentación, un 34%, mientras que las comunicaciones siguen reduciendo su precio, un 3%. Por lo tanto, para muchos hogares cuyo gasto en alimentación es un porcentaje elevado en su cesta de la compra, su inflación familiar es sensiblemente superior a la oficial.
Para conseguir recuperar parte del poder adquisitivo de la moneda es imprescindible que se produzcan inflaciones negativas, aunque los bancos centrales luchen contra dicha eventualidad. Aunque la inflación haya bajado del 10,7% de julio de 2022 al 2,8% en diciembre pasado, los precios siguen subiendo, aunque a menor ritmo, pero desde un nivel superior.
No hay nada malo en la inflación negativa, sobre todo si se debe a menor coste de los productos importados como los combustibles, tal y como sucedió en 2014 y 2015. En algún momento los bancos centrales tendrán que diferenciar entre deflación (caída generalizada de los precios) de inflación negativa. Es altamente discutible que una inflación del 2% sea beneficiosa para la economía en general, aunque sí lo es para los grandes endeudados, principalmente los estados.
Artículo escrito por Jesús Sánchez-Quiñones, Consejero-Director General de Renta 4 Banco, en El Economista.
Jesús Sánchez-Quiñones González
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