Incertidumbre fue la palabra más utilizada por Christine Lagarde el pasado jueves en su comparecencia posterior a la reunión del Banco Central Europeo. Pero probablemente la idea de incertidumbre se queda corta para describir las importantes disrupciones a las que se enfrenta la economía global, y es además desacertada, al dar la impresión de que una vez que se despejen las dudas sobre lo que Trump realmente quiere hacer, el horizonte económico estará claro y los problemas se habrían terminado, algo que sería muy deseable pero que no parece muy realista. Sobre todo, porque los problemas estructurales de la economía actual no nacen con Trump, son anteriores a su llegada y van a seguir ahí probablemente por algún tiempo, incluso aunque las propuestas de Trump funcionen.
En este sentido es mucho más apropiada la descripción del momento económico actual que hacía hace unos días el nuevo Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, calificándolo como un período de “detox”, de corrección de los desequilibrios, al estar moviéndose el impulso y la iniciativa del crecimiento desde el sector público hacia el sector privado. Esa alusión indirecta a dos de los ejes del “trumpismo” , la bajada de impuestos y la desregulación, para liberar las fuerzas latentes en el sector privado, debería completarse, para tener el dibujo completo, con la disrupción que Trump pretende en el comercio internacional, pasando de un modelo muy abierto y tolerante, de cuyas reglas algunos países como China posiblemente han abusado sacando ventajas injustificadas, a un modelo de proteccionismo y aranceles generalizados e indiscriminados “urbi en orbe”.
Es precisamente ese modelo radical de “guerra total y frontal” al que nos referíamos la semana pasada, con el proteccionismo y los aranceles generalizados como bandera, el que suscita mayores dudas sobre la bondad del “trumpismo”. Dudas que crecen aún más por la peculiar forma transaccional de funcionar que tiene el nuevo presidente americano, tensionando constantemente las negociaciones con propuestas tan extremas como inviables, propuestas que de aplicarse llevarían, como decíamos la semana pasada, a la propia economía norteamericana a una situación delicada, con más inflación y menos crecimiento. Es cierto que las amenazas de Trump pueden ser tan solo un arma de negociación, de la misma forma que el “show” televisivo de su reunión con Zelenski en el despacho oval parece ser una puesta en escena preparada para forzar una paz que todos desean, pero al final siempre queda la duda de si Trump ejecutará o no esas amenazas, y eso es lo que genera, volviendo a las palabras de Christine Lagarde, incertidumbre. Pero además genera desorientación, desconcierto, asombro e incluso miedo.
Esta semana hemos visto como todas esas sensaciones han sobrevolado los mercados mientras el llamado “trumpismo” va tomando forma, una forma cambiante y a veces atropellada. Las Bolsas americanas han seguido siendo las más castigadas esta primera semana de marzo, que ha sido la peor semana del año, con el S&P cayendo un 3,1%, el Nasdaq un 3,45%, el Dow Jones un 2,4% y el Russell 2000 un 4%. Son caídas importantes que han llevado ya al Nasdaq a territorio de corrección técnica (caída del 10% desde máximos) y al S&P a niveles inferiores a los previos a la victoria de Trump el 4 de noviembre pasado, al caer en algunos momentos de la sesión del pasado viernes por debajo de los 5.700 puntos, aunque luego repuntó y cerró en 5.770 puntos.
Pero la gran novedad de la semana es que, como vaticinábamos al finalizar nuestro anterior comentario, las Bolsas europeas empiezan a notar también la subida del riesgo geopolítico. El cierre semanal no ha sido malo, con caídas moderadas para el Ibex o el Mib italiano y con subidas del 0,1% para el Eurostoxx y el Cac francés, y de un 2% para el Dax alemán, muy impulsado por empresas de defensa como Rheinmetall, que ha subido un 10,8% en la semana y acumula ya un 80% desde uno de enero, e industriales como Siemens que ha subido un 5,9% en la semana y sube un 24,2% en el año. Pero ese cierre no refleja la enorme volatilidad de los índices europeos, sobre todo el Dax, en las cinco últimas sesiones y tampoco refleja el mal cierre de algunos valores significativos el viernes. Recordemos para dar una idea de esa volatilidad que el Dax, por ejemplo, bajó un 3,5% en la sesión del martes y subió un 3,4% en la del jueves, para volver a caer un 1,75% en la del viernes, en la que vimos caídas fuertes como la del 7% del ya citado Rheinmetall o la del 3,6% de Siemens. Por no hablar del 13,1% que cayó el viernes Hensoldt AG, una compañía alemana especializada en comunicaciones de defensa, que el último mes ha subido nada más y nada menos que un 84%.
Esos recortes del viernes en algunas compañías de defensa e industriales, unidos a los recortes en los índices europeos (el Eurostoxx cayó un 0,76% en la sesión y el Cac casi el 1% además de la ya mencionada caída del Dax del 1,75%) dejan una sombra de duda sobre la firmeza del plan europeo anunciado a bombo y platillo por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y en general sobre la capacidad de Europa para articular un plan potente de defensa y de reactivación de su economía. Nadie acaba de creerse del todo que los países miembros de esta Europa dividida y de falta de liderazgo vayan a abdicar de sus respectivos nacionalismos para formar los Estados Unidos de Europa. Ni siquiera con la doble amenaza de Trump y de Putin a la que se ven sometidos en este momento. Y eso no es positivo para las Bolsas, porque aparecen los viejos problemas latentes de la vieja Europa, que ya estaban ahí antes de llegar Trump, pero que la llegada de Trump agudiza. El BCE tras bajar tipos al 2,5% por quinta vez consecutiva, dibujó el pasado jueves un escenario de estanflación, con la confianza del consumo frágil y la incertidumbre frenando la inversión. El BCE elevó la previsión de inflación de este año al 2,3% desde el 2,1% de la proyección anterior y redujo la previsión de crecimiento para el 2025 al 0,9% desde el 1,1% de la proyección anterior.
Así, entre la política de “electroshock” de Trump y el “marketing” para consumo interno de la Unión Europea, al que ahora se suma el nuevo canciller de Alemania Friedrich Mertz, avanzamos hacia un final “americano” de la guerra de Ucrania, que dejará, sin embargo, un poso de “anti americanismo” que hará difícil mantener algo tan beneficioso por Estados Unidos como es el “desorbitado privilegio” (exorbitant privilege) de ser la moneda de reserva mundial.
Es verdad que el equipo Trump cree que el dólar está estructuralmente sobrevalorado desde hace tiempo, por ser la moneda en la que el mundo entero confía, y es verdad que Trump parece pensar que se puede mantener el liderazgo global sin sufrir los costes de esa sobre valoración estructural del dólar, pero eso es algo que está por ver, y cuya discusión requeriría una mayor extensión que la de este comentario semanal. El modelo que ha venido funcionando es el “excepcionalismo norteamericano” que permite a la economía norteamericana tener desequilibrios que otras no pueden mantener, porque el mundo los financia gracias a la confianza en el dólar. Ahora Trump quiere cambiar eso, dentro de la política que el Secretario del Tesoro, Scott Bessent, ha descrito como “detox”, y ese cambio, cuando menos, va a provocar volatilidad. Es decir, va a ser un camino lleno de baches (bumpy road)
Tras haber confirmado las Bolsas americanas su debilidad y haber recibido las europeas, incluso las empresas de defensa el viernes, un primer aviso, las dos preguntas son si Trump va a seguir con su plan radical y si Europa va a ser capaz de llevar a cabo su plan de autonomía estratégica. La respuesta oficial a ambas es que sí, pero la respuesta sincera sería que es dudoso. El problema es que si Estados Unidos renuncia a su liderazgo, o lo pone en riesgo abdicando del su 'privilegio desorbitado', no hay líder alternativo.
Los inversores quieren claridad, pero Christine Lagarde les habla de incertidumbre y Jerome Powell el viernes dijo que hay que esperar a ver qué hace Trump, y es posible que el próximo 18 de marzo, cuando se reúna la Fed, volverá a repetir lo mismo. Esta semana en Estados Unidos se publican, además de los resultados de Oracle, el IPC de febrero y el índice de precios a la producción (IPP) así como, el viernes, el índice de sentimiento del consumidor de la Universidad de Michigan, todos ellos datos que mostraron en qué medida la incertidumbre “trumpista” está afectando al consumidor americano. En Europa se publican también algunos IPCs y otros datos macroeconómicos, pero lo más interesante está en los resultados empresariales y los respectivos “guidance” de empresas como Rheinmetall, Inditex, Volkswagen, BMW, Porsche o Puma, que realmente nos dirán como ven estas compañías el futuro, más allá de los mensajes de los políticos.
Apostaríamos por una semana tranquila, aunque tal vez ligeramente bajista en las Bolsas europeas, que no cuentan con el “put” con el que se espera que Trump apoye a las Bolsas americanas.
Juan Carlos Ureta Domingo
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