A veces, la noticia es que unas declaraciones de una personalidad relevante en organismos internacionales con potenciales repercusiones de envergadura tanto económicas como en los mercados financieros, pasen totalmente desapercibidas y no sean noticia, al menos en los medios nacionales.
La semana pasada, el actual secretario general de la OTAN, Mark Rutte, anterior primer ministro de Países Bajos, hizo unas declaraciones dignas de mención: “De media, los países europeos fácilmente gastan hasta un cuarto de sus ingresos nacionales en pensiones, sanidad y sistemas de seguridad social. Necesitamos que una pequeña fracción de dicho dinero se dedique a tener una defensa mucho más fuerte y a preservar nuestro modo de vida. La libertad no es gratis”.
Ya en la cumbre de la OTAN de 2018, el presidente Trump amenazó al resto de miembros de la organización con abandonar la alianza si el resto de socios no incrementaba su gasto en defensa comenzando en 2019. Adicionalmente, afeaba a las autoridades alemanas su bajo gasto en defensa, mientras recibían energía barata desde Rusia y basaban su defensa en la capacidad de Estados Unidos como principal financiador de la OTAN. Su mensaje era claro: si Europa no paga su propia defensa, EE. UU. no lo va a hacer.
Ahora, Trump ya ha avanzado su intención de que los miembros de la OTAN aumenten su gasto en defensa hasta el 3% del PIB, cuando el compromiso actual es del 2%. Más que una sugerencia se plantea como un mandato ineludible. Así, en junio próximo, previsiblemente se aprobará el compromiso de incrementar los gastos en defensa de todos los miembros hasta el 3% para el año 2030, con un objetivo intermedio del 2,5%. Este incremento supondría en torno a 250.000 millones de euros adicionales de gasto al año, que recaerán en los distintos países europeos.
Actualmente, de los 32 miembros de la alianza, 23 alcanzarán el nivel del 2% de gasto en defensa sobre el PIB. Es muy llamativo cómo los países más cercanos a Rusia y que se sienten más amenazados han aumentado significativamente sus gastos en defensa en comparación con 2018: Polonia supera el 4%, habiendo doblado su nivel de gasto en defensa; Estonia y Letonia superan el 3%, subiendo su gasto un 71% y un 53%, respectivamente; Suecia y Finlandia, que ya superan el 2% de gasto en defensa, han aumentado su nivel de gasto un 121% y un 73%, respectivamente.
Por el contrario, los países más alejados del escenario de la guerra de Ucrania y de Rusia, aunque han incrementado los gastos en defensa desde 2018, son los que realizan un menor gasto en defensa en relación al PIB: España y Bélgica 1,3%; Italia y Portugal 1,6% y 1,5%, respectivamente.
Después de un parón en la aplicación de las reglas fiscales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento por la pandemia, estas vuelven a estar en vigor. Todos los países de la UE se ven obligados a reducir sus déficits públicos por debajo del 3% del PIB y a rebajar el porcentaje del nivel de deuda paulatinamente. Algunos países, como Francia o Italia, se encuentran dentro del “procedimiento de déficit excesivo”, siendo monitorizados por las autoridades europeas. Especialmente para ellos, alcanzar dichos objetivos de déficit requiere acometer reformas estructurales de difícil asimilación por parte de la población.
En este contexto, con una capacidad muy limitada de incrementar los ingresos públicos vía impuestos sin causar un grave daño a la economía, aumentar considerablemente los gastos en defensa supone un difícil reto para los gobiernos europeos.
Ante unos ingresos limitados, la capacidad de gasto también es limitada, teniendo que aplicar necesariamente prioridades a dichos gastos. Ahora, aunque no guste hablar de ello y muchos partidos se opongan, parece inevitable aumentar el gasto en defensa. Si este gasto se convierte en una prioridad, necesariamente será en detrimento de otros gastos como pensiones, sanidad o educación, como ha declarado Mark Rutte.
Adicionalmente a lo anterior, Europa, a diferencia de Estados Unidos, no cuenta con un solo ejército, sino con tantos ejércitos como países, cada uno con sus propios sistemas y sus propias prioridades de gasto en defensa. Por lo tanto, las sinergias en el gasto difícilmente aflorarán.
Definitivamente el dividendo de la paz ha desaparecido. Los países europeos parecen verse obligados a retornar a gastos en defensa en torno al 3% del PIB, niveles existentes en guerra fría. En caso de llegar a un acuerdo en Europa para ser laxos con los déficits públicos por el incremento de gastos en defensa, los tipos de interés exigidos a los bonos aumentarán. La guerra fría económica ha vuelto.
Artículo escrito por Jesús Sánchez-Quiñones, director general de Renta 4 Banco, en El Economista.
Jesús Sánchez-Quiñones González
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