Decíamos la semana pasada, al finalizar nuestro comentario, que esta vez parece que la turbulencia bancaria queda limitada a algunos Bancos que no han sido diligentes en la gestión de su balance y que, afortunadamente, parece que la economía y la innovación no se van a ver afectadas por la situación de esos Bancos. Esa afirmación es correcta mientras la crisis se circunscriba a un número de Bancos y no se extienda al sistema bancario en su conjunto, ya que, si el conjunto de la banca entra en problemas, la economía se queda sin pulmón y sin aire para seguir respirando.
Por eso es inquietante que esta semana otro gran Banco europeo, el Deutsche Bank, haya entrado en una deriva negativa de desconfianza. Aunque es verdad que Deutsche Bank ha estado bajo la lupa de los mercados muchos años, y ha protagonizado en el pasado algunos episodios no muy positivos tanto en su modelo de “governance” como en los controles internos, lo que le ha llevado a soportar varias sanciones, la última hace menos de un año, relacionadas con blanqueo de capitales y con fraudes fiscales. Lo cierto es que Deutsche Bank lleva ya tiempo tratando de recomponer su modelo de gestión y de recuperar su fortaleza financiera.
Deutsche Bank tuvo en 2022 uno de sus mayores beneficios históricos, de más de 5.000 millones de euros, y cuenta con ratios de liquidez y solvencia adecuados sobre el papel. Su ratio de solvencia (CET1) es del 13,4% y encadena ya muchos trimestres consecutivos de beneficios.
Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué el viernes, sin noticias especiales que le afectasen negativamente, su cotización llegó a caer un 15%, aunque luego terminase con una caída de “sólo” el 8,6%?
Posiblemente el problema es que Deutsche es un Banco difícil de entender, que mantiene todavía en balance una posición de derivados financieros muy elevada, aunque la haya ido reduciendo estos últimos años, y cuyo modelo de negocio nunca ha llegado a estar claro del todo. Igual que Credit Suisse, Deutsche Bank desembarcó en la banca de inversión americana, queriendo ser un “player”, una aventura que dio muchos dolores de cabeza a cambio de ninguna o de muy pocas satisfacciones. En su mercado de origen, el alemán, han sido recurrentes las noticias sobre una posible fusión con el Commerzbank, pero nunca han llegado a buen puerto, y por el momento están oficialmente abandonadas desde que se rompieron en abril de 2019.
Es difícil pronosticar cuál va a ser el futuro inmediato de Deutsche Bank, pero habiendo entrado en una crisis de desconfianza lo normal es que proceda a reforzar su capital dando entrada a nuevos grupos inversores, junto a sus actuales accionistas, aunque sea sacrificando precio, ya que le va la supervivencia en ello.
En el mundo “darwinista” del 2023, y a la vista de que el cambio de régimen monetario va en serio, como lo han demostrado estas dos últimas semanas el BCE y la Fed, lo que se impone, si uno quiere sobrevivir y formar parte del futuro es, nos guste o no, disponer de un capital fuerte que nos permita navegar las aguas revueltas que vienen, y si ese capital no se tiene o es insuficiente, lo mejor es, cuanto antes, proceder a apuntalarlo antes de que el mercado nos lleve a soluciones más drásticas como las vistas en SVB o Credit Suisse.
El Gráfico adjunto muestra una larga historia de destrucción de valor en Deutsche Bank. Si Deutsche Bank quiere revertir esa historia haría bien en empezar, cuanto antes, por fortalecer su capital, aunque las condiciones no sean las mejores para hacerlo, y para conseguir capital sería bueno que encuentre la forma de hacer comprensible su estrategia y su futuro.
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