Una semana más, las bolsas le han vuelto a decir a Trump que tal vez sus decisiones no van a hacer a América “grande de nuevo” (MAGA), sino más bien lo contrario. Esa sería la lectura si comparamos las generosas subidas semanales del Nikkei (+3,4%) y de las bolsas europeas (Eurostoxx +2,4%, Dax +3,1% Ibex y Mib italiano +5%) con el comportamiento negativo de las bolsas americanas (Dow Jones -2,6% en la semana, S&P -1,5%, Nasdaq -0,6%) en las cinco últimas sesiones.
Ese mal comportamiento de los índices americanos confirma que, como decíamos la semana pasada, la marcha atrás de Trump en su equivocado enfoque de “aranceles contra todos” no resuelve los problemas de fondo y no supone, por tanto, una vuelta a la normalidad. Más bien, pasado el primer momento de alivio a corto plazo, la rectificación de Trump el miércoles 9 de abril, aunque esperada y casi obligada, lo que hace es ahondar en la sensación de incertidumbre y desconcierto que en los mercados financieros generan el personaje y su particular forma de hacer las cosas. Como también decíamos la semana pasada y como ha ratificado hace unos días Jamie Dimon, presidente de JP Morgan, esa forma de actuar del nuevo presidente americano provoca desconfianza y pérdida de credibilidad en Estados Unidos y en su actual liderazgo. Y no hay que olvidar que si las grandes empresas norteamericanas (los Apple, Microsoft, Alphabet…) son grandes es porque venden globalmente al mundo entero sus productos porque todos confiamos en ellas.
Algunas actuaciones de Trump estos últimos días no ayudan demasiado a recomponer ese mínimo clima de normalidad roto tras el muy teatral, pero torpe, anuncio de los aranceles universales el 2 de abril y no recuperado con la rectificación matizada del 9 de abril. Es verdad que, en el plano de los aranceles, parece, al menos según Trump, que las conversaciones comerciales con Japón van bien, y que con la Unión Europea habrá acuerdo, si hacemos caso a lo que dijo Trump el pasado jueves en presencia de la primera ministra italiana Giorgia Meloni. La guerra comercial parece focalizarse ahora, acertadamente, en China, y ese es un cambio positivo.
Pero, sin cerrar la guerra comercial, Trump ha abierto estos últimos días otra guerra, igual de delicada o más, contra el presidente de la Fed, Jerome Powell. El enfrentamiento entre Trump y Powell, a quien él mismo nominó en 2017 para dirigir la Fed, no es nuevo, ya tuvo varios precedentes en el primer mandato de Trump y era cuestión de tiempo que en este segundo mandato reapareciese el conflicto. En nuestro comentario semanal del pasado 13 de enero, bajo el título “Vieja y nueva alquimia financiera chocan en un inusual inicio de año” ya anticipábamos ese enfrentamiento entre la Fed y el gobierno de Trump calificándolo como un “choque de trenes”.
La novedad es que esta vez el ataque es frontal y extremadamente agresivo, exigiéndole que baje los tipos de interés bajo la amenaza de obligarle a dimitir si no cumple. Posiblemente ese nivel tan alto de agresividad se debe a que los problemas de fondo de la economía norteamericana (deuda pública, déficit público y desequilibrio comercial) se han agravado notablemente y Trump es muy consciente de que necesita la medicina monetaria en grandes dosis. Además, Trump, como se vio el 2 de abril con los aranceles, quiere hacer ostentación de su poder, y considera dicha ostentación como una parte importante de su liderazgo y su éxito negociador.
Sin duda, a Trump le enfurecieron sobremanera las declaraciones de Powell el miércoles en el Economic Club de Chicago, que eran las primeras manifestaciones públicas tras la decisión de Trump el 9 de abril de paralizar por noventa días los aranceles. Lejos de valorar positivamente el gesto de Trump, Powell fue más tajante en esas manifestaciones de lo que había sido hasta ahora, y relacionó de forma muy directa los aranceles y las restantes políticas de Trump con el malestar de los mercados, y ante la pregunta de si la Fed actuaría en caso de desplome de los mercados, dijo que no lo haría porque para bajar tipos hay que esperar a ver mejor los efectos de las políticas de Trump. Ante lo cual, Trump aprovechó la rueda de prensa con Giorgia Meloni para decir lo contrario, es decir, que las bolsas bajan y los tipos de los bonos del Tesoro suben por culpa de Powell, que está actuando políticamente contra él y que no está haciendo lo que tiene que hacer, que es bajar los tipos como el BCE.
El mismo hecho de que el presidente americano critique de forma tan agresiva a la Fed y amenace abiertamente con la destitución de su presidente sería insólito en la política americana anterior a Trump, porque la independencia de la Reserva Federal y su soberanía en el manejo de la política monetaria se considera una pieza clave de la arquitectura económica de Estados Unidos. Pero Trump da por sentado, sin debate, que él manda en la Fed y no duda en afirmar que Powell dimitirá inmediatamente si él se lo pide, eliminando así de golpe cualquier duda sobre la independencia de la Fed, sin dar pie siquiera a un análisis legal de si el presidente de Estados Unidos puede o no destituir al presidente de la Fed.
La aproximación de Trump es, en cierto modo, muy similar a la que tuvo con los aranceles: buscar un culpable “externo” y abrir fuego a discreción contra él. En el caso de esta guerra con Powell, los problemas que plantea esa aproximación son similares a los que planteaba la guerra de los aranceles universales, e igual de inquietantes o más. La imposición de aranceles al mundo entero se planteó como la “liberación” de una supuesta carga o yugo que el resto de los países habían impuesto a Estados Unidos, dando a entender que, una vez eliminada esa carga, la economía despegaría hacia una nueva “edad de oro” haciendo a América grande de nuevo (MAGA). Como la reacción de los mercados financieros, bonos y Bolsa, y el sentimiento de los consumidores dejó muy claro que esa idea era incorrecta, Trump dio marcha atrás, pero le ha faltado tiempo para encontrar un nuevo “culpable” de los males de América: Jerome Powell y su negativa a bajar los tipos de interés.
El problema no es solo que este culpable también es un falso culpable, sino que, igual que sucediera con los aranceles “universales”, el solo hecho de iniciar la guerra contra Powell va a traer consecuencias negativas para la economía norteamericana, como las ha traído ya la guerra de aranceles, porque el ataque en sí mismo a la independencia de la Fed y el método empleado, la descalificación y la amenaza grosera y agresiva, son desestabilizadores y ahondan más en la desconfianza ya generada por Trump hasta este momento.
Estos tropiezos iniciales de la nueva administración americana y, sobre todo, el poso que destilan de “ventajismo”, queriendo que los demás arreglen nuestros problemas y buscando soluciones fáciles basadas en la fiesta de la deuda sin límites, son muy frustrantes porque, en principio, las propuestas del nuevo equipo económico, liderado por el secretario del Tesoro, Scott Bessent, presentaban y siguen presentando ideas muy interesantes y rompedoras como la desregulación, la bajada de impuestos, un modelo energético más realista y un nuevo equilibrio en el comercio internacional basado en fomentar los mercados domésticos de consumo. Son propuestas bastante revolucionarias para problemas que hay que resolver y para conseguir un crecimiento global equilibrado, pero la forma de implementarlas no puede ser, por el momento, más desconcertante y negativa.
Cesar a Powell no va a funcionar, igual que no han funcionado los aranceles “universales”, pese al marketing de “liberación” con el que se presentaron. Y, además, provocaría un terremoto en los mercados financieros superior incluso al que provocó el anuncio de los aranceles el 2 de abril, llevando al S&P probablemente a las cercanías de los 4.000 puntos.
Lo normal es que Trump sea muy consciente de ello, entre otras cosas porque lo ha dicho públicamente su secretario del Tesoro, Scott Bessent, y que lo que pretenda sea, como ya hizo a fines de 2018, que la Fed vuelva al “easy money” y acelere las bajadas de tipos. Es algo que consiguió en aquella ocasión, cuando tras el desplome de las bolsas americanas en diciembre, Powell tomó buena nota del mensaje y la Fed pasó de decir que subiría los tipos en 2019 a anunciar que los bajaría, y a bajarlos cuatro veces en el 2019 con el consiguiente entusiasmo de Wall Street y del propio Trump.
Hay que estar atentos a la reunión de la Fed del 7 de mayo. Si no baja tipos ni da expectativas claras de bajarlos pronto es muy posible que Trump, acuciado por una economía que tiende a contraerse, en parte por la incertidumbre que él mismo ha creado, se vea obligado a optar por la solución radical de forzar la salida de Powell, provocando una nueva crisis en las bolsas y los bonos. Pero nos sorprendería que Powell vaya tan lejos forzando ese escenario de guerra abierta, salvo que la inflación se dispare, cosa que no es probable.
Es más probable que EE. UU. vaya a un escenario más parecido al europeo, de menor crecimiento, pero también de caída de la inflación. Es un escenario que no gusta al Trump que prometió una nueva edad de oro a los americanos, pero es el escenario que ha permitido al BCE bajar los tipos por séptima vez en la reunión del pasado jueves y a su presidenta, Christine Lagarde, sugerir que los seguirá bajando, porque la caída de los precios de la energía y la subida del dólar ayudan a bajar la inflación. En el mismo sentido, el FMI dijo el pasado miércoles que no prevé una recesión global, pero que hará “rebajas notables” en sus previsiones de crecimiento en todas las áreas. E igualmente la encuesta a gestores de Fondos de Bank of America, publicada el martes 15 de abril, denota un cierto enfriamiento en las estimaciones de crecimiento económico y de resultados empresariales. La contrapartida sería, en nuestra opinión, que la inflación global tendería a moderarse, a pesar de que las encuestas dicen que las expectativas de inflación son las más altas desde junio de 2021.
Vamos a ver si los resultados empresariales del primer trimestre, que se empiezan ya a publicar de forma amplia esta semana, con grandes nombres como Alphabet o Tesla incluidos, y los “guidance” de las compañías, van confirmando o no este escenario y van mostrando hasta qué punto la peculiar forma de funcionar del actual presidente americano, y su estilo, difícil de entender bajo parámetros tradicionales de la política económica y de la política internacional, han erosionado el consumo y la inversión y han sembrado la semilla de una posible contracción mayor.
En principio en las bolsas, salvo que Trump persista en forzar el cese de Powell, deberíamos ver un periodo de asentamiento de los índices, sin demasiada fuerza para subir, pero sin caídas de consideración, esperando a ver cómo evolucionan la guerra comercial y la guerra contra la Fed.
Juan Carlos Ureta Domingo
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