Aunque hoy los aranceles forman parte de cualquier conversación, tertulia o análisis, existe una elevada confusión sobre lo que realmente son y qué implican. Los aranceles son un impuesto a las importaciones que realiza un país, siendo el importador el obligado a pagar dicho impuesto. En el caso de los aranceles anunciados por Trump, son un impuesto a los hogares y empresas estadounidenses.
Pongamos el caso de un producto final, como unas zapatillas de marca fabricadas en Vietnam, cuyo precio de importación son 100 dólares. A dicho precio se le aplica un arancel del 25% que debe ser pagado por el importador. El importador estadounidense tiene distintas opciones:
- Solicitar al fabricante de Vietnam una rebaja del precio de venta. Si la rebaja fuese del 20%, con un precio de venta de 80 dólares, el precio final para el importador tras los aranceles seguiría siendo de 100 dólares. En este caso, no se produciría un incremento del precio pagado por el consumidor final, pero los beneficios del fabricante de las zapatillas disminuirían.
- Absorber el coste de los aranceles contra su margen de beneficio. El precio de venta al consumidor final tampoco aumentaría. En este caso, se produciría una reducción de los beneficios de la empresa importadora.
- Una combinación de las dos opciones anteriores: simultáneamente una reducción del precio por parte del fabricante de las zapatillas, y una reducción de márgenes por parte del importador en Estados Unidos. El precio al consumidor final tampoco se vería afectado. En este caso, se produciría una reducción de los beneficios tanto del fabricante exportador como del importador.
- Subida del precio de venta al consumidor, trasladando el arancel al precio de venta al consumidor final. Los precios subirían y posiblemente los beneficios se verían también afectados por la menor demanda de zapatillas al incrementar el precio unitario de venta al público.
- Importar desde otro país sometido a un arancel inferior. Este tipo de movimientos llevan tiempo. De ser factibles, permite evitar o mitigar el incremento de precios al consumidor final.
En definitiva, los aranceles impuestos por Trump a las importaciones son un impuesto a las familias y las empresas estadounidenses sobre los bienes importados. Dependiendo del producto importado, dicho impuesto acabará afectando en distinta medida al fabricante exportador, a la empresa importadora o al consumidor final.
Cabe recordar que muchas empresas estadounidenses hace décadas que fabrican en Asia y “exportan” a Estados Unidos, entre ellas: Apple, Nike, Dell, Intel, Cisco, HP, Levi Strauss, Gap, Under Armour, Amazon, Walmart o Home Depot. Algunas lo hacen a través de filiales y otras, como los grandes almacenes o Amazon, a través de acuerdos estratégicos con fabricantes casi imposibles de replicar en Estados Unidos. Cada una de estas empresas tiene que decidir si reduce sus márgenes asumiendo el arancel y manteniendo los precios de venta o si, por el contrario, traslada el Impuesto del arancel a los precios de venta. Cada empresa igualmente analizará si le conviene trasladar la producción a otro país, o incluso a EE. UU. Cualquier movimiento de este tipo lleva tiempo, no es inmediato y exige elevadas inversiones.
De momento la UE ha actuado de forma inteligente, intentando negociar y no replicando con aranceles a las importaciones de productos de Estados Unidos. Los aranceles aplicados por EE. UU. a los productos europeos, de no ser reducidos o renegociados, mermarán los beneficios de las empresas europeas que exportan a Estados Unidos, o incluso provocará el traslado de producción desde Europa a EE. UU. Este movimiento ya está siendo analizado por empresas como Mercedes Benz y Volvo.
La eventual represalia europea de más aranceles a los productos de EE. UU. importados por Europa solo serviría para imponer un nuevo impuesto a los hogares y empresas europeas y perjudicar a la tambaleante economía europea. Ante un daño provocado por la decisión unilateral de Trump de imponer aranceles arbitrarios, causando un daño a las empresas europeas exportadoras, no debería seguirle un daño adicional por la imposición de un impuesto a las importaciones vía la subida de aranceles.
A estas alturas está claro que Trump utiliza el anuncio de elevados aranceles como amenaza, o chantaje, para negociar cuestiones que no solo tienen que ver con el comercio bilateral. Parece casi inevitable que Europa, entre otras medidas, se vea obligada a comprar más gas y petróleo estadounidense, además de destinar una cantidad considerable de los 800.000 millones destinados a defensa a material de Estados Unidos.
Lo peor para la economía mundial es la incertidumbre actual hasta que se llegue a una situación negociada y estable de aranceles. A pesar de contar con una pausa de 90 días, seguimos en una delicada economía de “esperar y ver”.
Artículo escrito por Jesús Sánchez-Quiñones, Consejero-Director General de Renta 4 Banco, en El Economista.
Jesús Sánchez-Quiñones González
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