Esa es la única tendencia que parece irrebatible. Esta semana, el Senado de Estados Unidos ha aprobado por un solo voto el “One Big, Beautiful Bill” de Trump, con la ayuda de su vicepresidente JD Vance, sumando 3,3 billones de dólares a una deuda nacional que ya supera los 37 billones.
La media es tan preocupante que Elon Musk ha intensificado sus advertencias sobre la “esclavitud por deuda” y amenaza con lanzar su propio “America Party”.
Mientras tanto, los datos macro siguen apuntando en una sola dirección: más dinero, menos valor. La oferta monetaria M2 en EE. UU. creció un 4,5% interanual en mayo, alcanzando los 21,94 billones de dólares, el mayor nivel de la historia y el 19º aumento mensual consecutivo. Desde 2020, M2 ha subido casi 7 billones, un 45%.
Todo ello en un contexto donde la fortaleza del mercado laboral (con datos de empleo por encima de lo esperado) está enfriando las esperanzas de recortes de tipos este mes. Pero aunque la Fed no recorte, el dólar sigue cayendo: el euro ha subido casi un 4% frente al USD en junio, alcanzando máximos no vistos desde 2021, y algunos traders han empezado a rotar hacia stablecoins ancladas al euro.
En este entorno, bitcoin se mantiene en el centro del tablero. Cerró junio con un nuevo máximo mensual por encima de los 107.000 dólares y llegó a rozar los 110.000 esta semana, aunque retrocedió tras los datos laborales. Su dominio sobre el mercado cripto ha se mantiene en el 65%, con una capitalización de 2,2 billones. Pero más allá del precio puntual, lo relevante es la tesis de inversión en esta nueva clase de activos.
Las carteras tradicionales 60/40 (acciones/bonos) están muertas. Lo que durante décadas se consideró diversificación defensiva ya no cumple su función: los bonos han perdido su papel como refugio y los activos financieros en general están atrapados por una inflación estructural que no cede. Frente a este panorama, cada vez más inversores institucionales están replanteando la asignación de activos. No incluir bitcoin en una cartera ya no es una decisión conservadora, es una posición activa contra el activo más rentable de los últimos 15 años. De hecho, un simple índice pasivo ponderado por clases de activos incluiría en torno a un 3% en cripto. Hoy, las voces que recomiendan una exposición del 10% al 40% ya no suenan tan radicales.
Los datos lo respaldan: carteras con bitcoin han ofrecido históricamente mayores rentabilidades ajustadas al riesgo, mejores ratios de Sharpe y Sortino, menor volatilidad y menores drawdowns que aquellas que lo excluyen. Y lo más importante: ofrecen una protección frente a lo único que parece inevitable la depreciación progresiva del dólar y del resto de monedas fiat.
El auge de las tesorerías corporativas que acumulan bitcoin también sigue. Firmas como MicroStrategy han abierto camino, y muchas más están considerando estrategias similares. No obstante, expertos advierten del riesgo sistémico si esta tendencia se combina con estructuras financieras frágiles: compañías que emiten deuda o amplían capital sin bases sólidas para comprar BTC pueden añadir volatilidad al mercado. En este contexto, acumular sigue siendo una estrategia lógica… pero no exenta de peligros si se hace mal.
El verdadero dilema, sin embargo, es otro. En un mundo donde los gobiernos no van a dejar de debilitar sus monedas, la pregunta ya no es por qué tener bitcoin. La pregunta es: ¿por qué no?